Quien inicia el camino para ser hombre de poder o líder, debe de saber que el camino elegido no es sencillo ni de fácil acceso. Deberá de asumir lo que los místicos llaman opciones fundamentales. Tendrá que tomar entre otras decisiones, las siguientes:
a) Opta por su ética personal: El parásito, las mentiras o mandatos aprendidos de pequeños y que no hemos elegido, constituyen la llamada moral prestada la cual deberá ser cuestionada por el hombre de poder o líder, con el fin de construir su propio esquema de valores, su ética personal. Se obligará a definir qué es bueno o malo para él, independientemente de lo que opine su familia o su entorno. Deberá de establecer los límites personales e irrepetibles de sus palabras y sus actos. Ruiz señala: la sabidurías no tiene nada que ver con el conocimiento tiene que ver con la libertad. Cuando eres sabio, eres libre de utilizar tu propia mente y dirigir tu propia vida. Es encontrarnos a nosotros mismos y vivir nuestra vida en lugar de vivir la del parásito: la existencia para la que fuimos programados.
b) Optar para quien serán sus perlas. Deberá definir, para ponerlo en palabras de Pablo Neruda, para quien serán tus mejores versos. Esta decisión implica asumir que lo mejor del hombre de poder o líder, no puede ni ser aceptado ni valorado, por todo el mundo; reconociendo que en diversos entornos, circunstancias y frente a algunas personas, sus conductas y acciones, serán desde ignoradas hasta rechazadas. Neruda, por ejemplo, definió bajo las balas de Españas (refiriéndose a su participación en la Guerra Civil), que sus versos servirían para enjugar las lágrimas de quien más sufre. Esta definición, implicará entender el milagro de la vida: luchar hasta el final por algo en lo que se cree. (El hombre de poder o líder), sólo arriesga su corazón por algo que valga la pena.
c) Opta por sus compañeros de camino. Tal vez ésta sea una de las grandes decisiones de todo ser humano, pero para el hombre de poder, para el líder, se convierte en fundamental. En muchos casos, enfrentará incomprensión hacia el interior de sus núcleos familiares, desde el momento mismo en que ha cuestionado el sistema y los esquemas impuestos. En no pocos casos, desafiará reglas establecidas por las instituciones, dado que la libertad ganada en cuanto a pensamiento y actitudes, puede ser amenazante para grupos en el poder. En más de una ocasión pensará y actuará distinto a lo esperado por su familia o su grupo social. Esto hará que sea visto como un dato aberrante, como el punto estadístico que brinca de la distribución normal. Lo anterior lo podrá dejar muy solo. Sin embargo, la vida le ofrecerá oportunidades para elegir a sus compañeros de viaje. Algunos compartirán profundamente sus ideas e inquietudes, otros más lo verán como bicho raro, pero lo aceptarán tal y como es. Otros más se declararán francamente como sus enemigos y para los demás, el hombre de poder o líder, pasará desapercibido.
La fortaleza que debe de construir quien aspira a ser hombre de poder o líder, consiste en disfrutar y aprender de todos quienes cruzan por su camino: algunos se quedarán, otros dejarán huellas imborrables y los más, cumplirán la función que en el momento de coincidencia tenían y desaparecerán. Quienes estén más cerca, quienes constituyan relaciones fundamentales para el iniciado, deberán de ser sabiamente elegidos. Esto es, no permitir que nuestro inconsciente escojas por nosotros, a partir de los patrones aprendidos de nuestro entorno (el parásito), y sin cuestionar. Es fácil observar por ejemplo, cómo repetimos y repetimos las mismas malas decisiones de parejas. En ocasiones sólo cambia la carrocería (y no mucho) pero el motor y los interiores, siguen siendo lo mismo con el que nos hemos topado una y otra vez, generando relaciones insatisfactorias y dolorosas. Hacer una buena decisión de compañero, no puede partir de la etapa de enamoramiento, en la que cada quien muestras sólo lo mejor de si mismos. Una verdadera selección se debe realizar a partir de la confianza que nace al conocer los defectos del otro. Afirma Coelho: Un guerrero no entra en una batalla sin conocer los límites de su aliado.
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