martes, 9 de mayo de 2017

El líder: hombre de poder. 39

Tres eran las creencias que defendía la descarnada banda de buscadores de oro que llegaron al continente3 suramericano, (las cuales) eran incomprensibles para los indios: la primera era que todos los alimentos del mundo pertenecían, por derecho divino, a los seres humanos (concretamente a los europeos), que eran dueños de animales y plantas (además de las riquezas bajo la tierra y en los mares). La segunda creencia era que los seres humanos no podían hablar con los ríos, con los animales, con las montañas o con Dios. Y la tercera, era que la humanidad tendría que esperar al final de los tiempos para poder saborear el infinito.

Si los nuevos dueños de los territorios conquistados tenían derecho de vida y muerte sobre sus habitantes, qué decir sobre4 sus recursos naturales, los cuales fueron brutalmente explotados sin la menor consciencia de sustentabilidad o sostenibilidad. A excepción de algunos trascendentes personajes como Vasco de Quiroga y sus esfuerzos de desarrollo social en lo que es la actual zona de Michoacán, la historia nos relata la creación de enormes fortunas en manos de unos cuantos, producto de la sobre explotación de los recursos naturales y de las vidas humanas empleadas en ello.

Continuemos con las ideas de Alberto Villoldo: nada les podía haber parecido más absurdo a los nativos americanos. Mientras que los europeos creían que habían sido arrojados del mítico Jardín del Edén, los indios creían que ellos eran los cuidadores del jardín. Ellos aún hablaban con los estruendosos ríos y con las susurrantes montañas, y todavía escuchaban la voz de Dios en el viento. Además, los conquistadores traían con ellos una mitología patriarcal que intimidaba las femeninas tradiciones de los nativos americanos. Antes de la llegada de los españoles, la madre tierra y sus formas femeninas (las cuevas, las lagunas y demás aberturas de la tierra) representaban los principios divinos. Los europeos impusieron el principio divino masculino, el falo: las agujas de las iglesias se elevaban hacia el cielo, mientras que la femenina tierra ya no era adorada ni respetada: (Así), los animales, los bosques (las minas), podían ser sometidas a todo tipo de saqueo. En la actualidad, seguimos viviendo bajo la garra de esta inconexa visión del mundo. Creemos que si algo no respira, no se mueve o no crece, es que no está vivo. Vemos la energía procedente de la maderas, del petróleo o del carbón, como un combustible al que podemos dar uso. En el mundo antiguo, la energía se tenía por el tejido viviente del Universo. La energía era la creación manifiesta.

Existe una total falta de compromiso por parte de los países más poderosos del planeta, por ejemplo: los tiraderos de desperdicios nucleares, por supuesto ubicados en países tercermundistas. En algunos casos, aquellos países han desarrollado mecanismos para cuidar su medio ambiente (el uso racional que hacen de sus bosques, por mencionar un tópico), pero esas prácticas no han sido aplicadas, en sus fábricas o concesiones ubicadas en países pobres.

Hace menos de 300 años, no eran reconocidos los Derechos de los Hombres: fue hasta 1776 con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y en 1789 con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, elaborada en Francia. Son derechos naturales, otorgados al ser humano, por el sólo hecho de existir. Llevan implícitos además dos conceptos: la igualdad (son iguales para todos los seres humanos), y su universalidad. Fue hasta el siglo XX, cuando con la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en 1948, que la visión de Thomas Jefferson, se concretó en papel. Ha pasado más de medio siglo y la distancia entre lo escrito y la realidad sigue siendo abismal. Sin embargo, ¿Quién defiende a nuestro planeta?

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