Recordemos lo que dice el Génesis: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza: y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Más adelante señala: fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgarla y señorear en los peces, en las aves y en todas las bestias.
Tal parecería que los términos empleados (sojuzgar, señorear), erróneamente le otorgaron al hombre sobre todo de las naciones occidentales, el derecho a conquistar y dominar, todo cuanto existe sobre nuestro planeta azul. A partir del siglo XVI y hasta nuestros días, con el solo hecho de llegar primero que otras naciones, los españoles, portugueses, franceses, italianos, ingleses, alemanes, holandeses y actualmente los estadounidenses, entraron en una carrera para descubrir y luego plantar su bandera en las llamadas colonias, atribuyéndose así el derecho no sólo sobre los recursos naturales, sino sobre todo ser viviente (incluyendo al hombre), que en ellas habitaba o habita. Actualmente el primero que llega al satélite de la tierra, la luna, planta su bandera; los países se pelean por las profundidades de los casquetes polares y buscan mostrar que fueron los primeros en llegar, para con ello, tener dominio sobre las riquezas naturales que esconden.
No fueron respetadas las formas ancestrales de vida ni la profunda relación con la naturaleza, que guardaban los nativos de estas tierras. Fueron brutalmente rotos los equilibrios ecológicos celosamente cuidados por nuestros ancestros, fueron aplastadas sus formas de enseñanza; sus tradiciones y costumbres se satanizaron, y se les condenó a la total desaparición o al desarrollo de mecanismos subterráneos para conservar el conocimiento acumulado en siglos y siglos. Demos un ejemplo: las prácticas sanadoras de los grupos nativos asentados en lo que hoy es el Perú, fueron destruidas sistemáticamente por los españoles y sólo se ha conservado lo que la tradición oral ha logrado transmitir a lo largo de los siglos de generación en generación, y con gran cuidado de no caer en manos de la Santa Inquisición. No crea que nos estamos refiriendo a finales del siglo XVI; hoy por hoy, en el Perú sigue funcionando la oficina parea la Extirpación de las idolatrías en Los Andes, por supuesto dirigida por los famosos y temidos dominicos.
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