Dentro de las organizaciones, veste tipo de dirigente no aporta mucho al eficiente funcionamiento de aquellas. Al concentrarse en sí mismos y sus necesidades dejan de servir, no buscan el bien común: van tras la consecución de sus intereses personales. Favorecen el cuatismo, forman cofradías y pequeños virreinatos. Integran cortes de seguidores, que sólo esperan el momento de asumir las posiciones de poder para repetir las conductas carentes de ética de quienes fueran sus maestros, sus jefes. No promueven el aprendizaje transformador en las organizaciones: sus propias limitaciones los estancan. No son facilitadores ni promotores de la evolución de la sociedad.
Un gran problema es la indiferencia de la sociedad que aceptas estos comportamientos como normales, al tiempo que algunas autoridades fomentan y participan en la impunidad. Hace algunos días aparecía una noticia dando testimonio de que un alcalde de una importante ciudad en los Estados Unidos, no sólo se declaró culpable de mentir ante la justicia y de obstruir la acción de la misma con el fin de ocultar una relación amorosa extramarital, sino que renunció a su cargo y deberá de cumplir una pena de cárcel y hacer un pago millonario por concepto de multa ¿Cuándo ha sucedido esto en México a pesar de que las pruebas son del dominio público? Es más, existe una actitud socialmente aceptada de complicidad y de cierta exigencia al político para que rompa los límites, sea fanfarrón al mostrarse con sus amantes en turno; nadie le exige que diga la verdad y el escándalo se hace precisamente porque alguna autoridad (igual de desgastada y falta de credibilidad), intenta llevarlo a juicio. Los poderosos que llegan a estar en la cárcel, usualmente argumentan razones de orden político para justificar su situación. No existe el valor civil para declararse culpables de algunas de sus fechorías, ni los mecanismos para exigirles responsabilidad por los hechos u omisiones. Es decir el inconsciente colectivo los ha catalogado como chingones.
Esta forma de ser tan arraigada en nuestra cultura, ubica a algunos de nuestros actuales líderes en posiciones muy lejanas a lo que nuestros ancestros entendían y vivían como el liderazgo y el poder.
Mucho se ha escrito en relación a la raíz de la corrupción, prepotencia, incongruencia, falta de respeto y ambición desmedida de algunos de nuestros actuales políticos u hombres que ostentan el poder. Se afirma que la tradición española de vender los puestos públicos al mejor postor, es parte del origen de todo este aparato de impunidad. Recordemos que el comprador sabía que por medio del puesto adquirido en la Nueva España, pronto recuperaría lo invertido. en las novelas de la saga de las aventuras del Capitán Alatriste, se puede muy bien observar cómo los soldados españoles dejaban de recibir sus honorarios a cambio de tener la licencia necesaria para disfrutar de los botines -materiales, humanos y en semovientes-, que obtuvieran como fruto de sus conquistas. Por supuesto, las conductas de corrupción, de despojo, de abuso de poder y de arrogancia de los políticos o los militares españoles, contaban con la bendición y apoyo de las autoridades religiosas.
Otra forma de esta prepotencia sin límites, fue la figura de los encomenderos, quienes contaban con la autorización para matar a quien se opusiera a sus deseos, a cambio de permitir la catequización de ellos, Hasta hace pocos años se comienza a reconoceré que la Conquista Española fue un enorme holocausto en donde se cometieron de muy diversas maneras, crímenes que ahora serían calificados como de lesa humanidad.
Vista así la historia, sólo nos sirve como justificante. Retomemos las ideas de Samuel Ramos: debemos de conocer y analizar el alma mexicana, para de ahí buscar caminos de salud y sanación. Quienes aspiramos a dejar a nuestros hijos un mundo mejor, una nación mejor, no podemos solamente estar volteando al pasado parea explicar nuestro presente. Es deseable hacer un profundo proceso de recapitulación, como nos aconsejaban nuestros antepasados y asumir la actual responsabilidad para cambiar las cosas ¿Por donde comenzar? Por nosotros mismos, estando atentos a nuestro día a día, no dejando pasar lo que ya se nos hace normal, haciendo consciencia de lo que esta mal, construyendo una nueva ética personal y social.
Los nuevos líderes, los nuevos hombres de poder, debemos de caminar otras ver3edas. No podemos continuar justificando lo injustificable. Hoy estamos cosechando como sociedad nuestro silencio y apatía, nuestro aplauso y complicidad con quienes se hacen llamar líderes. Hoy estamos comenzando a tener claridad de sus comportamientos y actitudes y hoy debemos asumir que el cambio comienza en nuestro ser, luego en nuestra casa y empresa, para de ahí brincar a nuestra comunidad y nuestro país. Los líderes son quienes deberán de impulsar los cambios radicales que requiere nuestra sociedad.
Aprendamos de quienes -al igual que los españoles-, también forman parte de nuestras raíces. Existieron hombres que a pesar del aplastante dominio español trabajaron en sí mismos, mantuvieron viva la dignidad y la ética; aquellos que sabían dialogar con su corazón. Estos hombres de poder eran profundamente congruentes y comprometidos con todo lo vivo. Nuestro país y el mundo tiene esperanza, si aprendemos de los Toltecas.
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