martes, 9 de enero de 2018

Como se escribe muy mal, los correctores tendrán mucho trabajo.

Si este fueras el caso, hasta sospecharía que la enorme cantidad de erratas que nos encontramos se debe a la intervención de otra inmensa cantidad de correctores interesados en aumentar su trabajo. Si echan la culpa de los virus a los proveedores de antivirus, por esa misma razón las oleadas de erratas diarias bien podrían deberse a una razón similar.,

Pero déjame que te confiese una cosa; llevo más de 20 años trabajando entre correctores, por lo que puedo asegurarte que hay poca capacidad conspirativa. Bastante sería con que llegaran a un acuerdo sobre una de sus denominaciones profesionales (corrector ortotipográfico, tipográfico o de pruebas) como para que ejerzan de mano negras que controle el floreciente y dominante mercado de los servicios de corrección.

Es una lástima, pero la cantidad de errores que existen se deben simple y llanamente a la falta de conocimiento, a la dejadez y, sobre todo, a la poca valoración que atribuimos a nuestra imagen escrita.

Habrá más trabajo cuando se extienda la idea de que tu imagen escrita debe ser correctas; de que los errores lingüísticos dañan tu reputación tanto como si en una exposición pública mostraras manchas en la ropa, los dientes sucios o un insoportable mal aliento; cuando se comprenda que es mejor que te entiendan con facilidad y claridad que andar ocultando tus ideas tras ristras de palabras, frases redundantes y composiciones llenas de fuentes tipográficas tan horribles como Algerian (delenda est algerian, que diría Jorge).

Hay una tira de Calvin&Hobbes que explica muy bien nuestra situación. Calvin ha montado un pequeño puesto de atención al público en la calle, con su silla y su mesa. Allí ofrece dar una patada en el culo por solo un dólar. El tigre Hobbes le pregunta cómo le va el negocio. Calvin, sorprendido, le responde que fatal y que no lo entiende, ¡¨con la necesidad que tiene la gente de mi producto!

Algo parecido nos ocurre. El día que dejemos de ofrecer nuestros servicios como cuidadores del lenguaje y seamos más asesores lingüísticos, nos valorarán mejor: tendremos más posibilidades de que nos dejen hacer bien el mismo trabajo, pero con una mayor retribución y reconocimiento.
Mi amiga Jesse Tomlimson propone algo más audaz para explicar a qué se dedica: Word surgeon syntax strategist [estratega sintáctico cirujano de las palabras y que me perdone por mi libre traducción]. Desde luego, solo al ver la palabra cirujano ya sabría que estaría hablando con un profesional de primer orden al que debería estarle agradecido solo por que se dignara a mirar mi texto.

La corrección se paga al peso
Si has superado la lectura del artículo anterior, demuestras que eres un lector sin miedo, dispuesto a arriesgarse con cualquier giro imprevisto que pueda tomar la narración. Y haces bien, porque este artículo sigue la estela del anterior. Si antes decía que los correctores no tenemos más trabajo porque haya un vergel de erratas a nuestro alrededor, sino por la valoración que se hace de nuestro trabajo, en este caso lo que propongo es que borres de tu cabeza la idea de que solo pagarás por las erratas que cometas.

En tramos en el espinoso terreno de las tarifas y del valor profesional. Por una parte, tenemos que valorar qué se mide en una corrección, cual es el producto por el que se paga, cómo se calcula su volumen, su tiempo y su precio. Por otra parte, si a los correctores se nos pagara por las erratas encontradas, te aseguro que encontraríamos errores con los que nunca habrías soñado: puntos en cursiva, puntos de íes no del todo redondeados, ajustes de interletraje no del todo dignos o comas de toda condición que justificarían un ingreso más en nuestro balance.

Podríamos valorar nuestro trabajo por horas, como otros profesionales, lo que nos sería mucho más rentable; de este modo quedaría claro desde el principio de la relación comercial cuáles son los límites aceptables para trabajar dignamente con un profesional muy cualificado. Afortunadamente algunos correctores ya utilizan este método con lo que dejan claro que no piensan trabajar, ven algunos casos, por menos de 20 euros la horas. Otros optan por el sistema de cálculo tradicional --el recuento de matrices o palabras--, ya que su productividad les permite incrementar sus ganancias con unas tarifas aparentemente comunes.

Prueba a proponerle a tu cliente que valore tu trabajo por horas si no acepta tus tarifas. ¿Se atrevería a pagarte lo mismo que a un profesional de la limpieza o de la hostelería? ¿Pondrá su texto bajo la responsabilidad y el riesgo de una persona a la que valora como a otra sin cualificación profesional, como un aprendiz?

En el delicado asunto de las tarifas entran en juego varios factores el volumen de trabajo y el tiempo, tus habilidades digitales en edición, la metodología que apliques, así como los errores que había en el texto y su complejidad --una variable desconocida hasta el final del trabajo--.

Lo más razonable es que calcules tu trabajo con una cifra tangible: el volumen de palabras o de matrices (caracteres con espacios), aunque en verdad uno no corrige solo palabras, sino su relación entre ellas, su composición, etc. Esa cifra nos sirve para estimar cuánto tiempo puede tomarnos un encargo: a la hora se puede llegar a corregir unas 6-10 páginas (de 2000 matrices cada una) para la corrección de estilo y unas 12-15 de pruebas. Divide el volumen total de matrices del encargo entre 2000 y tendrás el número de páginas, y obtendrás las horas de trabajo básicas (nunca te olvides de añadir las horas de normalizaciones y unificaciones, las horas de consultas, y esas horas de gestión con presupuestos y facturas que también son tu trabajo).

Ahora tienes dos opciones: calcula el importe de tu corrección según una tarifa por millares de matrices. Luego comprueba si esa cantidad te satisface por todas las horas de trabajo calculado.

La facturación no es solo un cálculo: es la satisfacción de hacer bien tu trabajo para que te motive y siga siendo uno de los oficios de tu vida.

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