A quién le importa la corrección
Al lector, sin más rodeos. Los lectores no pedimos que haya correctores, suponemos que hay corrección en lo que leemos. He comprobado que en el rico imaginario del lector se sobreentiende libro como novela, y editorial por editorial de novelas. Así, no queda muy lejos de esa ficción el editor que fuma en pipa y recibe a los autores en su despacho en su sillón de orejas tapizado en verde mientras se sirve una copa de whisky. Conocen esa escena. La siguiente consiste en que el original manuscrito se transforma en el libro que copa los escaparates de todas las librerías. Y en algún momento indeterminado de esa fantasía, el libro ha sido editado, maquetado, impreso, distribuido y del mismo modo mágico, corregido. Me parece un planazo. Yo me apunto. Y al whisky, también.
Pero la realidad sigue otro camino. Las editoriales españolas le dedican un buen porcentaje a la literatura (incluyendo la infantil-juvenil), pero nada comparado con el resto de ediciones donde abunda el libro de estudio (desde el colegio hasta la universidad), libros científicos y técnicos (que engloban todos los ensayos y estudios que van desde la mecánica hasta la biología pasando por la medicina) y cómics, libros de arte y religión. La industria editorial es enorme. Y ya no se mide tanto por la producción nacional, sino por la de los grupos internacionales, que en cualquiera de ellos puede ser más grande que la de muchos países.
Pero toda esta industria, a la que habría que añadir las publicaciones impresas --revistas, periódicos y todo tipo de publicaciones-- podríamos verla desde la perspectiva de un mero soporte de la comunicación entre un autor y el lector. Así, el lector quiere leer sin interferencias, sin ruido, con claridad.
El acabado final de un texto necesita un profesional que sepa algo más que leer: precisa un técnico de control de calidad que suprima errores, que compruebe que todo lo relacionado con la lectura (lo que le da sentido a esa industria) se está haciendo correctamente, y por eso tiene que intervenir desde la entrega del texto hasta la revisión de las últimas pruebas.
Por todo esto deberíamos preguntarnos a quién le importan esos lectores --y ahora deberíamos incluir también a los lectores de blogs, de manuales, de prospectos, de anuncios y de letreros callejeros-- para saber a quien debería importarle la corrección.
Del rey al lector, un poco de historia
¿Qué antes se editabas mejor? ¡El síndrome de Jorge Manrique cabalga de nuevo! A juzgar por la anécdota que nos regala Julián Martín Abad, recogida en el diccionario biográfico español, parece que desde Felipe II seguimos con los mismos problemas.
Una provisión de Felipe II, fechada en Madrid a 12 de noviembre de 1572, dirigida a autoridades de Toledo, Burgos, Medina del Campo, Salamanca, Sevilla, Granada y Valladolid, y al rector de la Universidad de Alcalá de Henares, en la que el monarca indica que tiene noticia de que en los talleres de imprenta se trabaja mal, debido a la deficiente preparación de los diversos operarios, y señalando que, consecuentemente, los libros presentan mil erratas y errores, se propone poner remedio a la situación. Ordena para ello que en esos lugares se designen a las personas adecuadas para que puedan ofrecerle un informe pormenorizado. La visita de los talleres complutenses se realiza en un solo día, el 15 de diciembre de 1572, un tanto precipitadamente, según muestra la documentación conservada. Uno de los talleres visitados fue el de Juan de Villanueva y Juan Gracián [...], quien declara que sólo cuenta con dos prensas y para hacerlas funcionar paga salario a cuatro cajistas, dos tiradores y dos batidores, ninguno de ellos extranjero, aunque no todos castellanos, y, por supuesto, se trata de operarios capacitados. Declara que podía ymprimir qualqyer libro de latín y romanze y que las diferencias de letras que tiene e se imprimen son las siguientes: petid canon, canon grande, testo antiguo, cursiba de testo antiguo, atanasia, zízero, breviario antiguo y el grifo, [...] y que cualquyera otra manera de ella que fuese necesaria entiende que la podrá aver con facilidad y que en lo que toca a ymprimir ninguno que pase de cincuenta o sesenta pliegos adelante por el poco cabdal que tiene pero que se atrevería a ymprimyr cualquier libro de latín y de romanze y de griego porque fuese como fuese ayudado con cabdal para ello. Este ultimo detalle justifica su matizada respuesta a las preguntas que se hicieron a los propietarios de los talleres: la causa de salir los libros en España con herrores es por falta de los correctores, pues no hay los suficientes y además no están adecuadamente remunerados.
¿Cómo se puso remedio a esta situación? ¿Que hizo Felipe II con estos informes? Lo ignoro; Flandes se levantó en armas, Juan de Herrera se hizo cargo de las obras de El Escorial y fray Luis de León fue encarcelado. 1572 fue un mal año para acabar con las erratas.
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