El nombre proviene de las iniciales en inglés de los cinco interrogantes why, what, when, where, who (por qué, qué, cuándo, dónde, quién). Algunos autores añaden una sexta w: how (cómo).
El origen de este principio sae remonta a lo que el retórico Hermágoras de Temnos (siglo I a. C.) denominó circunstancias: quis, quid, quando, ubi, cur, quem ad modum, quibus adminiculis (quien, qué, cuándo, dónde, por qué, de qué modo, por qué medios), y si bien ha sido usado, citado y parafraseado a lo largo de los siglos, desde principios del siglo XX se viene enseñando en las facultades de Periodismo y en los cursos de redacción.
El principio establece que para que la comunicación sea completa, el mensaje debe responder a estos interrogantes. Según sea la naturaleza del texto (un informe, un mensaje electrónico, un artículo, una publicación en redes sociales...), así será la relevancia o la obviedad de determinados interrogantes.
Su aplicación es realmente práctica para cualquier redactor y para casi cualquier proceso de comunicación humana. Por ejemplo, si un profesor entra en un aula llena de alumnos a los que va a dar clase y exclama: ¡Es fantástico! ¡Acabo de cruzarme con Carmen!, y, a continuación, se queda callado y no prosigue el relato, la reacción de los presentes será hacerle preguntas para despejar varias incógnitas. De una manera instintiva, cada persona se planteará esas 5 W, algunas de las cuales acabas de saber:
* Cuándo: Hace un rato.
* Dónde: Parece que en la calle o en un lugar próximo.
* Quién: Carmen, que no sé realmente quien es.
* Qué El profesor se ha encontrado con ella.
* Por qué: No sé por qué es tan relevante y digno de mención el hecho de encontrarse con Carmen.
A veces, como en este caso, ciertos interrogantes pueden llegar a ser irrelevantes, porque lo que realmente importa es saber porqué ese encuentro es tan importante para el profesor y le hace exclamar que es fantástico.
De todos ellos, el más importante sería por qué. En otras palabras: ¿Por qué ha sucedido esto?. O planteado de un modo más complejo: ¿Por qué estoy diciendo o escribiendo esto y cual es mi finalidad? Si olvidamos transmitir claramente el porqué del texto, corremos el riesgo de hablar únicamente del qué, de limitarnos a contar lo que ha pasado sin cumplir la finalidad del texto, que además de la meramente informativa, puede ser muy diversa: emocionar, producir una reacción o una respuesta, impresionar, etc.
La importancia del porqué puede ilustrarse en este sencillo ejemplo, en el que una persona invita a una amiga a una fiesta:
Hola Miriam:
¡El jueves que viene celebro mi cumpleaños! Nos vamos a reunir en mi casa a las 7 de la tarde. No hace falta que traigas nada. Dime si vas a venir, para calcular la comida y la bebida.
¡Un abrazo!
Marta.
Si escribimos sin tener presente la finalidad de nuestro mensaje, podemos crear textos demasiado neutros o descriptivos que solo narren el qué (celebro mi cumpleaños). Así que si, en nuestra mente, este mensaje no se titula Voy a invitar a Miriam a mi cumpleaños sino quiero que Miriam venga a mi cumpleaños, nuestra redacción se verá modificada indefectiblemente para conseguir ese objetivo y podríamos encontrarnos redactando algo más parecido a esto:
¡Hola, Miriam!
¡No quiero que te pierdas mi fiesta de cumpleaños! Lo celebro en casa el próximo jueves a las 7 de la tarde. No hace falta que traigas nada. ¿Quieres que vaya a recogerte? Confírmamelo en cuanto puedas para que pueda calcular la comida y la bebida.
¡Nos vemos el jueves!
Marta.
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