lunes, 17 de octubre de 2016

Alguna vez fui un principe. Parte 1

El mendigo estaba sentado en el pavimento, mirando a su alrededor con una especie de avidez vacía. Cada vez que un transeúnte le daba una limosna, reía con desprecio por si mismo y susurraba: alguna vez fui un príncipe.

Era cierto. Había sido el príncipe heredero alguna vez. Luego se había enamorado locamente de una bella campesina y había deseado desesperadamente desposarla. Cuando el rey se enteró del tonto enamoramiento de su hijo, enfureció. Amenazó al príncipe heredero con que nunca se le permitiría ser el rey si no olvidaba a la campesina. Fue entonces cuando el príncipe declaró:

Yo, el príncipe heredero, abdico a mi corona por amor.

¡No quiero volver a ver tu rostro nunca más! rugió el rey y repudió al príncipe.

Así que el príncipe renunció va su corona, ropajes principescos, espada y caballo, y salió del palacio. ¡Nunca se había sentido tan libre en toda su vida!

El ex príncipe heredero fue a buscar a su amada a pie. Sin su corona, ropajes reales y majestuoso caballo blanco, el padre de la joven no lo reconoció.

¿Quién eres? preguntó.

¡Bueno! ¡Soy el príncipe heredero! Bueno... debería decir que fui el príncipe heredero. El rey no quiso permitir que me casara con tu hija, entonces renuncié a mi corona para salvar mi amor. ¡Así que aquí estoy, libre para casarme con tu hija! declaró el príncipe con orgullo.

Y dime, ¿Qué te hace pensar que te daré la mano de mi hija en matrimonio a ti, oh príncipe pobre! se burló el hombre.

El príncipe quedó sorprendido, pero estaba seguro de que su amada no lo rechazaría.

Deja que tu hija decida eso, dijo el príncipe con confianza.

El hombre llamó a su hija. Cuando la joven llegó, quedó sorprendida de ver al príncipe vestido como un campesino y preguntó qué había pasado. Quedó desilusionada al enterarse de que él ya no era un príncipe.

Yo estaba enamorada del príncipe, no de ti, decidió la joven abruptamente, sin dudar un segundo.

El príncipe quedó sorprendido y tuvo que irse con el corazón entristecido. Se dio cuenta de que había hecho el ridículo. No podía regresar al palacio y si continuaba vagando en el reino, se convertiría en objeto de burlas. Así que escapó a un reino vecino.

Al principio era demasiado orgulloso como para realizar cualquier trabajo nimio o para mendigar. Después de todo, alguna vez había sido un príncipe. Pero su hambre muy pronto acabó con su orgullo y comenzó a hacer trabajos extraños. No tenía experiencia previa en cestas labores, por lo tanto nunca podía completar una tarea a satisfacción de su empleador y siempre resultaba el objeto de las burlas. El único trabajo con el que se había sentido cómodo había sido con el de príncipe, y lo había perdido para siempre.

Cada vez que recibía un golpe verbal, recordaba su glorioso pasado y susurraba: alguna vez fui un príncipe. Cada vez que miraba su sombra, esta parecía estar vestida con los ropajes reales y la corona, y luego se miraba sorprendido, sólo para descubrir que sus ropas estaban sucias y gastadas. Cuando dormía, era perseguido por sueños de su vida de príncipe y en sus sueños murmuraba, alguna vez fui un príncipe. Gradualmente perdió la cordura.

Un día estaba acuclillado en el pavimento, como si estuviese en un trance. Un transeúnte, confundiéndolo con un mendigo, le lanzó una moneda. El príncipe lo miró y, con una sonrisa estúpida en sus labios, dijo: alguna vez fui un príncipe.

Cierto, pero ahora eres un mendigo, respondió el hombre con una sonrisa despectiva.

Alguna vez fui un príncipe, repitió el mendigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario