¡Oh, gracias! ¡Gracias! ¡Dios ciertamente te bendecirá! lloró la anciana, con las lágrimas derramándose de sus ojos.
¡Qué magnánimo de tu parte! dijo Sánchez. Pero solo hay un problemas, por tradición aquellos que se casan con las jóvenes de nuestro pueblo deben quedarse aquí. Pero dado que eres un guerrero itinerante, podríamos considerar el hacer una excepción...
¡No! ¡No! ¡Yo estoy dispuesto a establecerme aquí! dijo abruptamente el guardián. De hecho, todos deseamos establecernos aquí para siempre.
Y luego los guardianes le explicaron su oferta a Sánchez.
Para nosotros no podría haber una dicha más grande que la que ustedes se queden aquí. Pero deben enseñarnos a defendernos. Sancho Paza está muerto, pero eso no significa que hayamos visto lo último de los bandidos, dijo Sánchez.
No pienso que nadie se vaya a atrever a pensar en convertirse en bandido mientras los guardianes estén con nosotros, dijo Sánchez.
Mientras los guardianes estén con nosotros... pero ¿Qué pasará después de eso? ¿Qué hay del futuro? Ustedes sólo parecen estar interesados vivir al día, le respondió Sánchez.
Sánchez tiene razón, dijo uno de los guardianes, les enseñaremos cómo defenderse pero, a cambio, ustedes deben enseñarnos algo que nosotros no sepamos.
¿Y que es eso? preguntaron los pueblerinos.
¡Agricultura! dijo el guardián y comenzó a reír.
Todos los pueblerinos comenzaron a reír, pero Sánchez no pensó que fuese divertido.
Es decir, si nos vamos a instalar aquí, tenemos que aprender agricultura... para ganarnos la vida, dijo el guardián sintiendo que Sánchez no era lo bastante efusivo.
Así que los lugareños enseñaron agricultura a los guardianes, pero éstos no les enseñaron a combatir. Y a los habitantes del pueblo no les importó aprender. Sánchez continuaba recordándoselo a los pueblerinos, pero pronto descubrió que éstos lo trataban como una molestia. Por lo tanto, dejó de dar consejos y se limitó a sacudir la cabeza en señal de desaprobación, algo que a su vez terminó con su muerte, pocos años después.
Los guardianes se convirtieron en buenos agricultores.
El último de los guardianes estaba siendo depositado en su morada final y el pequeño Pancho, que era ahora el jefe del pueblo, estaba dando un discurso impresionante. (Seguía siendo bajo de estatura, aunque no era pequeño en cuanto a edad, ya que ahora tenía cuarenta años)
Mientras estaba dando su discurso, era distraído constantemente por su pequeño hijo, quien parecía estar prestando muy poca atención a su discurso y que observaba fijamente. Finalmente, interrumpió a su padre, señalando hacia el horizonte con su dedo.
Padre, ¿es una tormenta eso que se aproxima? preguntó.
Todos los ojos voltearon en cesa dirección.
Una nube de polvo se aproximaba sin duda al pueblo; ésta muy pronto se convirtió en veinte jinetes que ahora disparaban sus armas y gritaban.
El pequeño Pancho dio la única orden posible que podía dar como jefe del pueblo.
¡Bandidos! ¡Corran por sus vidas!
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