martes, 4 de octubre de 2016

La fortaleza. Parte 1

Los Astor eran guerreros invencibles. Desde que llevaban una vida nómada, destruyeron por completo las ciudades que capturaron y o mataron o esclavizaron a los ciudadanos. Nadie podía resistirse a su violencia, y ciudad tras ciudad fue anexada a su imperio.

Hasta los dioses les temían.

Gradualmente, los Astor se cansaron de su vida errante. Ganar batallas se había convertido ahora en un hábito para ellos y había dejado de ser desafiante. Tenían un vasto imperio que incluía a la mayor parte del mundo conocido. Ahora deseaban asentarse. Así que comenzaron a construir una fortaleza formidable y una ciudad magnífica dentro del alcázar.

Las manos que habían empuñado las espadas, ahora tenían látigos para golpear a los esclavos.

Finalmente, construyeron una fortaleza imponente, que amenazaba con perforar el cielo y, dentro de ésta, había una gema de ciudad. Era la primera vez que los Astor habían construido estructuras tan espléndidas. Ahora habían probado que eran igualmente buenos para construir que para destruir.

Mientras los Astor permanecían en paz, sus enemigos ganaron fuerza. Se unieron y un ejército combinado sitió la fortaleza. Pero sus intentos para penetrarla fueron en vano.

Nadie podía escalar tales alturas, ningún ariete o arma de ataque podía hacer alguna mella en la fortaleza.

Los Astor ni siquiera se molestaron en iniciar una represalia. Desde su elevada fortaleza, observaron con sarcasmo los intentos fallidos de sus enemigos. Después de meses de frustración, sus enemigos finalmente se retiraron.

Los Astor se sintieron encantados; declararon: esta fortaleza es inexpugnable. Así que comamos, bebamos y seamos felices, sin preocuparnos jamás.

Ahora sentían que nadie siquiera tenía que hacer guardia.

Pasaron décadas.

Los enemigos de los Astor sitiaron nuevamente la fortaleza. Esta vez llevaron cañones. Los Astor se habían resignado a una vida de placer y estaban dichosamente inconscientes de la invención de los cañones.

Era una noche silenciosa y los Astor estaban dormidos. Repentinamente, la quietud de la noche fue sacudida por el ensordecedor estruendo de los cañones.

El emperador de los Astor fue rudamente sacudido de su pacífico sueño por lo que él pensó que había sido un gran trueno. Pudo oír el chocar del acero y los agudos gritos -los gritos de los soldados combatiendo en batalla. Se preguntó si había habido una rebelión.

Un soldado irrumpió en los aposentos del emperador jadeando.

¡Su majestad! hemos sido atacados por nuestros enemigos... y ya han penetrado la fortaleza! dijo.

¡Imposible! ¡La fortaleza jamás puede caer! gritó el emperador con absoluta incredulidad.

Su majestad, traen con ellos armas extrañas... barriles sobre ruedas que escupen fuego y trueno... han abierto la fortaleza con estas armas y ahora están entrando, dijo el soldado sin aliento.

El emperador consideró lo que decía el soldado cuidadosamente. No podía comprender totalmente lo que éste balbuceaba. Le resultaba imposible creer que sus enemigos se hubiesen atrevido a entrar en su ciudad y, ahora que lo habían hecho, sus hijos tendrían que sacarlos, podrían realizar esa tarea con facilidad.

Mis hiojos los sacarán como a ganado. No me molestes, dijo el emperador. Luego intentó no escuchar las tremendas explosiones de los cañones y volver a dormirse.

Después de un rato, al gobernante lo exasperó el hecho de que el soldado volviese a despertarlo.

¿Acaso no le había dicho inequívocamente que no quería que lo molestasen?

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