¡Han venido los cinco guardianes! ¡Han venido los cinco guardianes! gritó el pequeño Pancho excitadamente mientras corría por los angostos caminos del pueblo. Pancho era el nieto de Sánchez, el jefe del pueblo. Tal vez Sánchez había pensado que el pequeño Pancho era la mejor persona para comunicar las buenas noticias, ya que era un manojo de energía vibrante con las cuerdas vocales más agudas.
Los pueblerinos salieron de sus pequeñas chozas, con los rostros ahora irradiando una recién encontrada esperanza y curiosidad por ver a los cinco guardianes. Muy pronto se reunió una gran multitud afuera de la casa de Sánchez; cada hombre, mujer y niño luchaban entre sí por darles un vistazo a los cinco hombres que los librarían del maligno Sancho Paza y su banda de secuaces quienes, por muchos años, habían estado saqueando el pueblo con inmunidad.
Los pueblerinos se habían acercado al gobernador muchas veces, y éste había enviado a sus soldados para defender al pueblo. Pero cada vez que veían la nube de polvo que levantaban los caballos de Sancho Paza y sus bandidos cuando se acercaban al pueblo, todos ellos salían escapando. Unas pocas veces los soldados fueron enviados a recorrer las colinas en las que se escondían los secuaces y su jefe; pero siempre regresaban declarando que su búsqueda había sido en vano.
Fue entonces cuando uno de los gitanos que visitaba el pueblo les habló de los cinco guardianes. Éstos eran una banda errante de mercenarios que habían defendido exitosamente a otros pueblerinos en contra de bandidos notorios. Antes de irse del pueblo entrenarían a los habitantes para defenderse en contra de cualquier ataque futuro. Cobraron una gran suma de dinero por sus servicios, pero cada centavo estaba justificado.
La presencia de los guardianes generó comentarios y suspiros de admiración de la multitud reunida. Todos eran hombres altos, musculosos y bien parecidos, de algo más de cuarenta años, con cabello largo y rostros radiantes de confianza. Las jóvenes del pueblo eran conocidas por su belleza y cada una de ellas se había enamorado instantáneamente de los cinco hombres; no podían evitar suspirar; sus corazones se agitaban con la pregunta de si estaban o no casados.
Uno de los guardianes levantó una pequeña y hermosa niña y, poniéndosela en los hombros, comenzó a jugar con ella. Naturalmente, esto generó otra oleada de suspiros.
Sánchez se aclaró la garganta y rugió en su voz áspera.
Mis queridos compañeros aldeanos, ¿acaso no loes prometí que traería a los cinco guardianes para que salvasen a nuestro pueblo? ¡Bueno, aquí están... los... cinco... guardianes! anunció Sánchez dramáticamente, haciendo énfasis en cada palabra.
Hubo un aplauso ensordecedor proveniente de la multitud.
¡Amigos! Nuestros amigos han viajado un largo trayecto. Les solicito a los jefes de cinco familias que les ofrezcan alojamiento.
En el momento en el que había terminado de pronunciar estas palabras, casi hubo un disturbio entre los hombres para hacer los honores de ser anfitriones. Finalmente, las cinco casas afortunadas que recibirían as los cinco guardianes tuvieron que ser decididas por sorteo.
Así, los cinco guardianes durmieron, se bañaron y comieron y, en la tarde, practicaron mientras todo el pueblo los observaba. Luego planearon cómo erigir barricadas para defenderse de los bandidos, y los aldeanos llevaron a cabo sus instrucciones. Los arreglos se completaron en las primeras horas del día. Esa noche, los habitantes del pueblo durmieron pacíficamente después de rezar pidiendo que nada malo les sucediese a los cinco guardianes.
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