lunes, 24 de octubre de 2016

Los cinco guardianes. Parte 3

Te vamos a llevar al pueblo, que sean sus habitantes quienes decidan qué hacer contigo, dijo uno de los guardianes.

Sancho Paza sonrió ladinamente y luego empujó la punta de la espada que tenía en su cuello para atravesarlo, y cayó muerto.

¡Los cinco guardianes han regresado y han traído de regreso a nuestras hijas! gritó con toda su voz el hombre en la torre de vigilancia.

El pequeño Pancho escuchó al hombre gritando y llevó la noticia de una casa a la siguiente como una abeja, repitiendo como un perico lo que había escuchado. Los pueblerinos corrieron hacia la entrada principal para recibir a los guardianes y a sus hijas perdidas por tanto tiempo, con Sánchez encabezando a la multitud con sus brazos abiertos.

¡Bienvenidos de regreso, galantes guardianes! ¡Y bienvenidas, queridas hijas! ¡Oh, galantes guardianes, no sé como darles las gracias... todo el pueblo está agradecido con ustedes... yo... yo...! tartamudeó y luego se derrumbó, ahogado por la emoción, y lloró como un niño pequeño.

Muchas de las damas y los hombres, que estaban a punto de llorar, ahora rompieron en llanto. Habían derramado lágrimas como éstas muchas veces, pero había sido cuando Sancho Paza mataba, hería o usurpaba a sus parientes y amigos. Los mentalmente fuertes también hicieron ahora un intento por llorar, dado que sentían que debían cooperar en este esfuerzo colectivo; tal vez sintieron que esta era su ultima oportunidad de llorar en el futuro cercano. Al no saber porqué lloraban sus padres, los niños pequeños también comenzaron a berrear. Parecía una competencia de llanto, que llegó al clímax cuando las hijas perdidas por tanto tiempo fueron reunidas con sus madres.

Hasta los guardianes se conmovieron profundamente, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Finalmente, Sánchez recobró la compostura y levantó la mano como haciendo un gesto para que se detuvieran las lágrimas y, como una orquesta que ve las últimas notas marcadas por la vara del director, el llanto se detuvo.

¡Es tiempo de celebrar! declaró Sánchez.

Y así, el pueblo celebró y celebró como nunca antes lo había hecho. Las jóvenes esperaron impacientemente por una oportunidad de bailar con los guardianes.

Este parece el lugar perfecto para establecernos, suspiró uno de los guardianes, sus ojos fijos en la mirada de admiración de una bella damisela.

La mejor comida, el mejor vino... y las damiselas más bellas que jamás haya visto, concordó otro guardián.

Una lástima que tengamos que irnos de aquí después de entrenar a los pueblerinos, suspiró otro.

Entonces, uno de los guardianes tuvo una idea; dijo: ¿Y que pasa si no los entrenamos...? entonces podemos vivir aquí para siempre.

¿Cómo dices? preguntaron los otros guardianes.

Lo que tengo en mente es esto: renunciaremos a nuestra paga a cambio de quedarnos en este pueblo... para siempre. Pero nunca entrenaremos del todo a los del pueblo porque, si lo hacemos, perderemos nuestra importancia, dijo el guardián que había tenido la idea.

Estoy seguro de que sería una oferta que el pueblo no rehusaría, los otros guardianes estuvieron de acuerdo.

Al día siguiente, los guardianes se encaminaron a ver a Sánchez para contarle su oferta. La anciana que había llorado y suplicado a los guardianes que trajeran a su hija de regreso cuando habían salido en busca de los bandidos, hizo una exhibición improvisada de llanto, mejorando su actuación anterior, Había iniciado su acto en el momento en el que vio a los guardianes acercándose y la estaba dirigiendo hacia el que la había consolado en la ocasión anterior.

¿Quién se casará con mi hija? ¿Quién se casaría con una mujer que fue llevada a la fuerza por bandidos y que vivió con ellos? gimió.

El guardián se dio vuelta y dijo: ¡Yo lo haré! 

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