miércoles, 4 de octubre de 2017

Rayas, palitos, rasgos, tildes y otros garabatos.

¿Quién  rayos inventó la ortografía y por qué es tan complicada?
Tal vez deberíamos empezar recordando que la ortografía no es un conjunto de normas convenidas a puerta cerrada, sino que fue surgiendo de una manera más natural a medida que el latín iba convirtiéndose en esto que ahora llamamos español. La transformación del sistema de declinaciones, los afijos, la divulgación de los escritos y la imprenta, entre otros factores, hicieron que los primeros hispanohablantes titubearan en la lectura y sintieran la necesidad de adoptar signos ortográficos (además de las tildes) que hicieran inteligible e inequívoco el texto, algo de lo que carecía prácticamente el latín.

Poco tiempo después de la fundación de la Real Academia Española (1713), esta empieza a codificar la ortografía tomando como base la pronunciación de las palabras, la etimología y el uso (OLE 74,7). En un principio, la escritura española se basaba en la pronunciación, y así lo defendía Nebrija en su gramática. A aquella corriente fonetista también se adscribió la Academia, aunque muy influida por la etimología. En parte, eso explica la pervivencia de ciertas grafías cultas, más apegadas al latín que a la pronunciación más habitual de algunas palabras (dignidad/dinidad, afecto/afeto...) ya incluso en los siglos XVII y XVIII, cuando empiezan a sentarse las bases de la ortografía y la tipografía españolas. 

En la actualidad, la tendencia general de la Academia y de loas ortógrafos es la de la pronunciación, más que la de la etimología, y se tiene en cuenta el modo de leer y no tanto el origen del vocablo, ya venga de la principal lengua de formación del español (el latín) o de otra. Ese es el motivo por el que se españoliza la grafía de extranjerismos adoptados por nuestra lengua (scanner/escáner), pero también se convive con términos que se resisten más a la españolización debido a la permanente exposición de los hablantes a las formas foráneas (software, parking...). Debido a esa tradición fonetista, es habitual oír que la lengua española se escribe como se lee y se lee como se escribe, una afirmación bastante adecuada salvo por un buen número de excepciones notables: b/v, s/c/z, g/j, q/c/k, y h.

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