Si bien el bergamasco es un animal extraño, usted pronto descubriría que se mueve como perro, que tiene cuatro patas, una cabeza y una cola de can y que, a fin de cuentas, se comporta como un can. Lo almacenará cómodamente en la carpeta perros, y, sin embargo, se abstendrás de tenerlo como modelo de la especie. Por ejemplo: sí, caminando por las llanuras de Marte, un marciano lo abordara para preguntarle cómo es un perro terrestre, usted seguramente descartarás la idea de sacar la foto de su bergamasco favorito y optaría por la de un pastor alemán, un pointer o algo así.
Con las letras sucede algo parecido: hay una estructura o concepto ideal para cada carácter, y, a partir de ese concepto, suceden muchos miles de variantes estilísticas. Esas variantes pueden ser tan grandes y tan radicales, que ciertas letras son reconocibles solo si se cuenta con un montón de información contextual; otras, en cambio, son perfectamente identificables, aún tratándose de tipos enteramente nuevos. Este segundo grupo representa la zona de seguridad del diseñador editorial: el grupo de letras que los tipógrafos clasifican como de texto.
Sobra decir que, en la composición de buenos documentos, salirse de esa zona de seguridad es altamente riesgoso. Se preguntará, entonces, por qué se hacen tantos textos con tipos que se apartan de las estructuras ideales. La respuesta es simple: porque a los no especialistas, todas esas letras de texto les parecen iguales. Algunos se sienten hastiados porque, a su juicio, son signos que carecen de glamour; otros ven preocupados que su composición no parece tener ningún rasgo de individualidad y luce como si no hubiera sido diseñada.
Con todo, dentro de un estrechísimo rango de variaciones posibles, los tipos son capaces de transmitir toda su personalidad: el periodo histórico y la zona geográfica que dieron inspiración al diseñador, el propio estilo del autor, los atributos que procuran lograr ciertos objetivos de legibilidad, fuerza, histrionismo, suavidad, severidad, en fin...
La primera gran lección de tipografía es que nunca hay que subestimar la sutileza.
Una letra con doce siglos de experiencia
A finales del siglo XIV, algunos intelectuales italianos ya se quejaban amargamente de la letra gótica. Decían que era ilegible no solo por la abundancia de ligados y abreviaturas con que se pergeñaban los manuscritos, sino también por los rasgos. Así que, bajo esta y otras influencias, los copistas italianos del siglo XV comenzaron a usar un estilo caligráfico que había sido olvidado tres o cuatro siglos antes: la letra carolingia.
Lo curioso es que la carolingia, en el siglo IX, ya había venido a redimirnos de un pecado semejante: la anárquica explosión de estilos caligráficos gradualmente esparcidos por el continente desde la época de los romanos. Se puede decir que, al comenzar el reinado de Carlomagno, había cuatro grandes familias estilísticas en la escritura: la lombarda, en el sur de la península itálica; la visigótica, en la península ibérica; la merovingia, en la parte central-poniente de Europa, y la insular, en las islas británicas. Junto con estas había, por supuesto, muchísimas variantes regionales. Algunas de ellas solo son legibles, y no sin dificultad, a los ojos de los expertos.
Era tal el relajo, que Carlomagno tuvo que exigir la instauración de un estilo obligatorio dentro de su enorme imperio. Preveía, entre otras ventajas de esta normalización, que los poderosos terratenientes súbditos suyos dejarían de hacerse patos bajo la muy usada excusa de no pude leer tu carta, mano. Y bien, se copiaron con la nueva letra muchísimos te3xtos contemporáneos y antiguos, con lo que se preservó un extenso caudal de conocimientos.
De manera que, ya en los albores de Renacimiento, cuando los copistas italianos se dieron cuenta de que la letra gótica se había estilizado hasta la exageración y se había convertido en un verdadero desastre --hoy diríamos que un bello desastre, pero desastre al fin--, miraron hacia el pasado en busca del último estilo funcional. Lo que encontraron fue, justamente, la letra carolingia, así que la pusieron al días con los instrumentos de la época. La verdad es que no la mejoraron en absoluto; al contrario, la dejaron bastante feúcha, si hemos de ser francos. No obstante, sentaron las raíces de lo que en el futuro se conocería como letra romana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario