lunes, 30 de abril de 2018

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Esto pensaba yo un poco antes del año 2000, cuando quedé prendado de un libro titulado Counterpunch, escrito y diseñado por el tipógrafo holandés Fred Smeijers. Un par de años después de haberlo leído, citado, comentado y vuelto a citar, y cuando el volumen ya  empezaba a dar muestras de desgaste, me di cuenta de que e3staba compuesto en bandera. Las páginas me habían dado la impresión de frescura y sencillez, pero nunca de negligencia, prisa o falta de rigor. Los párrafos estaban tan bien compuestos que los lectores ni siquiera reparábamos en su forma. Tenías todo lo que debe tener un buen documento, un diseño que embelesa a primera vista y se desvanece en cuanto uno comienza a leer.

El quid del párrafo en bandera es la perfección del tejido tipográfico. Cuando todos los espacios son del mismo tamaño --y, sobretodo, cuando se trata de espacios normales--, las letras integran una textura gris homogéneas. Esto es casi imposible de lograr en párrafos justificados, a menos que se manipulen los espacios entre las letras o la geometría de las letras mismas (algo fácil y muy tentador, hoy en día, pero que normalmente conduce al desastre). La composición justificada nos puede regalar un rectángulo de atractiva regularidad geométrica, pero, si no se hace con pericia, nuestro bello rectángulo saldrá con las tripas descompuestas. Así que usted decide.

Por cierto, mientras la mamá lo regañas, el párrafo en bandera replica en su fuero interno: Sí, tan derechito que parece el muy hipócrita de mi hermano, pero, si lo vieras por dentro...

Los malqueridos guiones
Los programas más importantes de procesamiento de textos y autoedición  nos permiten gobernar la frecuencia y forma con que pueden dividirse los vocablos que no caben completos al final de la línea. Nos preguntan, por ejemplo, si deseamos activar la división y si esta debe ser automática o manual; nos permiten elegir una zona de división, que es difícil de explicar, pero que consiste en controlar, más o menos, el grado de irregularidad del margen derecho; también, entre otras cosas, nos preguntan si deseamos que las palabras en puras mayúsculas también estén sujetes a divisiones o permanezcan siempre completas. Entre esos controles, hay uno muy importante, cuya función es limitar la cantidad de renglones consecutivos que pueden terminar con un guion divisor.

Conozco a mucha gente que usa el procesador de palabras Word y que nunca se ha topado con esos controles (por cierto están en diseño de página>guiones>opciones de guiones o alt-c-u-o). Conozco a más personas que sí los han visto, tanto en el procesador de palabras como en programas de autoedición, y los han cerrado inmediatamente, con angustia, como si se hubieran encontrado con algo indebido. Pero ese dispositivo limitador de los guiones consecutivos podría estar dejándonos ciertas huellas sicológicas. Mi impresión es que ha convertido al guion en el villano de la ortotipografía. ¿Porqué habría que controlarlo de esa manera si no fuera un sujeto ruin?

La ortografía de la RAE-ASALE se hace eco de un gonzalismo al recomendar que no haya más de tres renglones consecutivos terminados en guion. Esto está muy bien, aunque, como cualquier regla de González, no se puede aplicar a rajatablas, no. Si la medida es muy corta, es mucho mejor permitir un cuarto guion, y hasta un quinto, que dejar un renglón suelto; y si es bastante larga --más de setenta golpes, por ejemplo--, vale la pena hacer ajustes para no pasar de dos. Pero, ante todo, note usted cómo la ortografía también apercolla al guion, y esto no hace más que confirmar lo dañino que es el bicho. 

La verdad es que los guiones no tienen absolutamente nada de malo. La idea de impedir que varios renglones consecutivos terminen con el mismo signo se podría aplicar a todas las letras. Por ejemplo, debemos procurar que no haya más de tres renglones terminados en a, ven l o ven coma o en lo que sea.

El problema es que, al demonizar al guion, se demoniza también la razón por la que está ahí, que no es otra cosa que la división. Hablemos un poco de ella.

La división
División y guion son lo mismo, de acuerdo con el DRAE: un signo de puntuación que sirve para indicar que la última palabra de un renglón está incompleta. Ahora bien, como tenemos guion para referirnos al signo ortográfico, usamos división casi exclusivamente para referirnos a la acción y efecto de poner esos guiones.

En español, dividir es un acto casi intuitivo, tanto como silabear una palabra. En otros idiomas, en cambio, la cosa no es tan fácil. No sé si  se habrá dado cuenta, apreciado lector, de que en los diccionarios del inglés, los gordos, principalmente, las entradas tienen unos puntitos o guiones en algunos sitios. Veamos: hon.our.a.ble, tran.quil.i.zer, re.ceiv.ing, fig.ure. Ahí, donde están esas marcas, es por donde la palabra puede dividirse cuando no cabe completa en un renglón. Muchas veces los puntos coinciden con el silabeo que haríamos  en español, pero las normas de división en inglés son morfológicas, no silábicas. Por lo tanto, para saber dividir, antes de los tiempos de la autoedición, había que tener conocimientos de etimología, aprenderse de memoria los puntos de división o consultar un diccionario.

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