Según se cree, algunos impresores que habían aprendido el arte en los talleres del mismísimo Gutemberg huyeron de Maguncia, ciudad aquejada de graves dolencias políticas y económicas, y pusieron rumbo al sur. Su objetivo era instalarse en Roma o Venecia, entre otras ciudades que se encontraban en plena ebullición económica, cultural y social. Al llegar ahí y montar sus imprentas, se dieron cuenta de que, en Italia, su letra gótica textura estaba francamente out, o sea, nada fashion, y de que había que probar otro look. Adaptaron entonces sus diseños hasta crear un híbrido entre gótico y romano, bastante ramplón, que pronto fue remplazado por un estilo abiertamente carolingio. Este último, que Jenson y otros tipógrafos trataran con absoluta maestría y dotaran de una belleza y eficacia excepcionales, es el que dio origen a las letras que usted está leyendo en este momento.
Si hacemos cuentas, pues, nuestras letras de texto tienen solera parea regalar. Se originan a finales del siglo VIII o principios del IX, de inspiración claramente insular, y renacen con influjos romanos y venecianos en el siglo XV para no volver a cambiar hasta nuestros días.
¿Quiere decir esto que son inmejorables? En absoluto; estoy convencido de que podríamos hacer un nuevo alfabeto y superar a los anteriores en todos los atributos. Sin embargo, la instauración de ese nuevo alfabeto sería dificilísima. Piense, si no, en el intento de quitar las tildes a los pronombres este, ese, aquel, etcétera, y al adverbio solo. Las normas que pretenden suprimirlas datan de los años cincuenta, y aún no ha podido imponerse. Piénselo.
Tipos con carácter
Que veamos a todos los chinos iguales significa, tan solo, que conocemos a pocos chinos. De igual modo, que seamos incapaces de distinguir entre diversos tipos de letras, incluso entre las más comunes, quiere decir que estamos familiarizados con pocos tipos de letras.
Debo reconocer que, aun para los expertos, es muy difícil identificar un tipo, especialmente si los caracteres son pequeños. Además, los estilos se cuentan por miles, y cada día la lista crece más y más. De hecho, en el gremio de los tipógrafos se repite la misma pregunta: ¿vale la pena seguir diseñando letras? La respuesta también es casi siempre la misma: un sí rotundo.
Los tipógrafos tenemos algunos sistemas de clasificación, que suelen basarse en los grandes cambios de estilo que han sucedido desde la invención de la imprenta. Algunos autores, como Robert Bringhurst, incluso han basado los nombres de sus categorías en períodos estilísticos: renacentistas, barrocas, neoclásicas, modernistas...
La clasificación más reconocida es la que ha adoptado la Asociación Tipográfica Internacional (ATYPI). Arranca con las primeras letras romanas (descartando lasa góticas de la protoimprenta), las humanistas, y va a través del tiempo reconociendo hitos que, en general, se distinguen por una deshumanización progresiva del diseño. En términos generales, desde el Renacimiento y hasta el siglo XX, las letras fueron perdiendo los rasgos que las emparentaban íntimamente con la caligrafía.
En las últimas dos décadas del siglo pasado, no obstante, el auge de las computadoras personales ha traído consigo un florecimiento exponencial del diseño tipográfico. Las explosiones de súbita popularidad como esta --ya lo hemos visto en la historia-- traen consigo mucho desorden y chabacanería, hasta el punto que quizás nunca sabremos cuál es el estilo tipográfico del primer cuarto del siglo XXI. No es raro, por ejemplo, que un tipógrafo diseñe este año una letra modernista del siglo XIX; el año que entra, una garalda del siglo XVI, y un poco más tarde, una paloseco grunge de los noventa.
Hoy, algunos de mis colegas se sonríen candorosamente cuando ven un libro de neurociencias avanzadas compuesto en tipos Garamond, una letra del siglo XVI. No hay nada de malo en ello, ¡que va!, pero debemos reconocer que las letras tienen cierto temperamento, y esa personalidad refleja una época, un modo de pensar, un ámbito social, tal o cual realidad tecnológica y más. Uno de los escritores más influyentes. en el mundo de la tipografía y el diseño editorial, Robert Bringhurst (The Elements of Typographic Style), aconseja: Escoja un tipo cuyos ecos y asociaciones históricas armonicen con el texto, para prevenirnos contra el uso de una letra barroca en una obra renacentista; o permita que el tipo hable en su lengua natural, para que no utilicemos un tipo inglés en una novela francesa. Pero la advertencia escoja tipos cuyo espíritu y carácter individual concuerden con el texto se vuela la barda con la siguiente argumentación:
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