Estoy convencido de que un niño de primero de primaria puede entendérselas perfectamente bien con letras del cuerpo 9 o 10; pero, a decir verdad, en un libro infantil, tres renglones de cuatro palabras en el cuerpo de 10, debajo de un dinosaurio descomunal que confiesa sus miedos a una valiente mariposa, son una ridiculez. Por lo tanto, si algo justifica que usemos letras de dieciocho puntos en las blanquísimas hojas de papel cuché en que se suelen imprimir los libros infantiles, es el diseño, y no la habilidad lectora del niño.
Entre adultos también tenemos prejuicios por ejemplo, que los libros deben componerse con letras de tal o cual tamaño. Casi siempre, el rango de cuerpos que puede leer cómodamente la gente con vista normal o corregidas es mucho más grande de lo que se dice por ahí.
Los compositores editoriales suelen subordinar la medida del renglón al tamaño de la letra. Ese no es un error, si bien me parece más acertado hacer las cosas al revés: decidir primero la medida en términos de caracteres por renglón, y, después, ocuparse del cuerpo, es decir, el tamaño de la letra.
Comience usted haciendo experimentos: tome un texto de prueba, componga una columna de unos cuarenta caracteres e imprímala (el tamaño de la letra no es relevante; escoja, por ejemplo, una de once puntos). Enseguida, ensanche la columna hasta que quepan unos cuarenta y cinco caracteres por renglón e imprima de nuevo. Vuelva a ensancharla hasta que aloje un os cincuenta golpes e imprima una vez más. Siga haciendo esto, aumentando sucesivamente unos cinco golpes por línea, hasta tener impresiones desde los cuarenta hasta unos ochenta u ochenta y cinco caracteres por renglón.
Si el proyecto es un documento impreso, no vale tomar las decisiones en la pantalla. Así que distribuya las pruebas encima de una mesa. Enseguida, póngase en el lugar de sus lectores, viviendo sus e3dades, intereses y habilidad lectora. Con esa perspectiva, observe atentamente las pruebas impresas y descarte pronto las columnas que le parezcan demasiado estrechas, así como las demasiado anchas. Al final se quedará con unas tres. Despreocúpese, escoja la de en medio.
El método aditivo
La creatividad parece estar reñida con los métodos. Al menos, eso era lo que yo pensaba cuando comencé mis estudios universitarios, allá por 1976. Enseñarnos a diseñar aplicando un método era casi un supliucuio9, una forma de limitar nuestras ganas --naturales en estudiantes nuevecitos-- de inventar de la nada, un modo de impedirnos poner nuestros cerebros en un productivo modo caos. En fin, no me fue fácil pasar por ahí y no puedo, ahora, presumir de que sea un sobreviviente fortalecido. Lo que puedo contar es que los siguie3ntes veinticinco años me llevaron a... ¿A dónde crees? ¡A inventar un método para hacer diseño editorial!
Resulta que el diseño editorial, llevado a los niveles más altos, puede ser algo muy complejo. Apile en una sola persona conocimientos de tipografía, ortografía, ortotipografía, gramática, comunicación, color, fotografía, ilustración, preprensa digital, impresión y acabados, añádele una buena orientación estética, un lúcido sentido del orden y tendrá un posible diseñador editorial. De modo que no estamos hablando de emociones más o menos puras y desatadas como las que son tan fecundas en otras ´pareas del diseño, sino de un trabajo multidisciplinario, contenido e intelectual. Aquí, sí; aquí un método tiene mucha razón de ser.
Entre las cosas que mi método se propone evitar están las cascadas que se nos vienen encima cada vez que hacemos un pequeño cambio. Dado que los proyectos de diseño editorial suelen implicar el acomodo de miles de renglones, de decenas o centenares de miles de caracteres, el aumento de un milímetro en el renglón modelo puede convertirse en metros de remiendos. Diseñar el capricho nos conduce a horas y horas de ensayos, errores, correcciones y más ensayos.
El método que propongo consiste en aislar cada problema de diseño editorial y aislarlo tanto como sea posible. Por ejemplo, comenzamos escogiendo un tipo de letra sin pensar en el formato final del libro, sino tan solo en los atributos técnicos y estéticos del tipo y en qué tan pertinente resulta para la obra en cuestión. La segunda parte es la elección de la medida, que, como acabamos de ver, se relaciona con la habilidad lectora, y, de manera suplementaria, con el idioma del documento y la geometría de la letra. En tercer lugar elegimos el cuerpo, es decir, el tamaño de la letra impresa; en cuarto, la interlínea; en quinto, la profundidad de la mancha tipográfica, o sea, la cantidad de renglones por página, y en sexto, los márgenes. Por lo tanto, las decisiones se van sumando, de ahí que el método se llame aditivo.
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