miércoles, 11 de abril de 2018

¿Cuántas palabras por renglón?

Cuando se trata de hacer recomendaciones sobre la longitud del renglón, cada autor sale con sus propios numeritos. Por ejemplo: Josef Müller-Brockmann nos recomienda que pongamos siete palabras por línea, y si el texto es largo, diez; Emil, Ruder, de 50 a 60 letras; Eric Gill, doce palabras; Robert Bringhurst, 66 caracteres (con un mínimo de 45 y un máximo de 75), aunque admite líneas largas de 85 a 90 caracteres; los editores angloamericanos en masa se decantan por las siete palabras, y la lista puede seguir largamente...

La verdad es que no tiene mucho sentido estandarizar medidas, porque los lectores se diferencian tanto como las circunstancias y elecciones del compositor. Por ejemplo, no es lo mismo componer un libro para niños de ocho años que uno para niños de doce; o componer en alemán --con esos aglutinamientos de sustantivos y adjetivos que parecen chorizos léxicos-- que en francés, español, inglés o portugués; o una tesis de filosofía que el instructivo de una lavadora o de un taladro; o el artículo de una revista del corazón. Hay lectores que se fatigan, distraen o aburren con veinte renglones de 45 caracteres, así como los hay que no se arredran ante un tocho así de gordo con páginas de 60 líneas y 90 golpes por renglón.

De modo que lo único sensato, desde el punto de vista del compositor tipográfico, es tomar en cuenta tres variables; la pericia del lector, el idioma y la geometría de la letra. De ellas, la primera es, con mucho, la más importante.

Hay cierta relación entre la longitud de una línea de texto y el tiempo que el lector tarda en surcarla. Obviamente, los lectores novatos invierten más tiempo que los expertos en gestionar un renglón, así que el premio del cambio de línea les llega con menor frecuencia. Por otro lado, tal parece que el recuerdo (en unas memoria de muy corto plazo) de las palabras de la izquierda nos ayuda a orientarnos y a encontrar más rápidamente el renglón continuador. Por lo tanto, cuando pasamos demasiado tiempo en la gestión de una línea, ese recuerdo se borra, la orientación se pierde y la lectura se hace un poco más difícil.

La influencia del idioma se da tanto en la longitud media de las palabras como en la facilidad o dificultad de dividirlas al final del renglón. Siete palabras en alemán --que, desde el punto de vista de la estética editorial, significan tan solo seis espacios-- suelen contener muchas más letras que en español o en inglés. Si un alemán nos incita a que metamos siete o diez vocablos por renglón, eso, en nuestro idioma, carece de sentido. En lenguas como el inglés, por otro lado, la división a final de línea es morfológica, mientras que en español es silábica, con la consecuencia de que en nuestro idioma contamos con más puntos de división. Dadas dos composiciones excelentes, una en español y otra en inglés, la nuestra se verá mejor.

En cuanto a la geometría de la letra, lo que debemos tomar en cuanta es el grado de expansión o contracción horizontal del tipo con respecto a un modelo medio. Dado un número determinado de caracteres, las letras anchas generan medidas más extensas que las letras estrechas. Por lo tanto, dentro de un límite razonable, cuando usamos una letra estrecha podemos meter más letras que cuando usamos una ancha, puesto que el ojo no se aparta tanto del margen izquierdo como lo haría si el renglón fuera más largo.

Haga pruebas
Cuando mi hijo mayor era aún muy pequeño como para ir a la escuela, ya tenía la capacidad de reconocer ciertas marcas comerciales que veía en anuncios callejeros. Como siempre ha sido una persona muy normal, puedo figurarme que la mayoría de los niños pequeños son también perfectamente aptos para reconocer ciertas marcas, aunque, en realidad, no sepan leerlas. Lo verdaderamente notable de aquellas observaciones era que las distancias a las que esos anuncios estaban solían ser grandes y, por lo tanto, Jorge Pablo podía reconocer signos o símbolos muy pequeñitos. Esto es solo una constatación de que los niños, desde que empiezan a leer, son perfectamente capaces de identificar letras diminutas.

A pesar de ello, los libros para niños siguen imprimiéndose con caracteres enormes.

Según me han informado algunos colegas, los editores y diseñadores están convencidos de que los niños necesitan esos caracteres grandes para leer bien. Bueno, para no meterme en enredos, simplemente diré que no hay ninguna prueba fehaciente de que eso sea cierto. De hecho, los investigadores médicos afirman que nuestro sentido de la vista está plenamente desarrollado desde el octavo mes de la vida, así que un niño, a los cuatro años, tiene la misma agudeza visual que tendrá a los dieciocho.

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