jueves, 26 de abril de 2018

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La segunda cosa es un poco más sutil, pero no menos importante. Imagine que da vuelta a la página de un libro y se encuentra, en la parte inferior de la página derecha, unas palabras en negrilla. Si usted es un lector disciplinado y paciente, resistirá la tentación de leer esa parte destacada antes de tiempo, y, sin embargo, eso estará en su reojo, reclamando su atención. Sí, seguirá la lectura por el primer renglón de la página izquierda, pero con una creciente ansiedad por llegar a las negrillas. Por lo tanto, los destacados también tienen un peligroso efecto distractor.

Lo bueno es que hay un remedio, una forma impecable de destacar lo esencial sin tener que recurrir a diacríticos ni nada por el estilo: escribir bien.

González
Este oficio, que ha pasado por siglos de padre a hijo y de maestro a aprendiz, preserva una fuerte semilla de conservadurismo,. Hay muchísimas reglas arraigadas en las editoriales sin que nadie sepas como se originaron ni cuál es su propósito; simplemente se obedecen como si fueran preceptos religiosos. A menudo aparecen muy orondas  en los libros de estilo.

Quizás en tal o cual editorial hubo, cincuenta años atrás, un prestigioso corrector apellidado González a quienes todos respetaban por su gran sabiduría. González había pasado cinco décadas pegado a las cajas de composición: primero, de niño, desbrozando y distribuyendo tipos más adelante, componiendo a mano, y después, corrigiendo pruebas y supervisando el taller. Trabajando, había leído más libros que un maestro de filosofía. Si González decía que tal palabra debía escribirse con mayúsculas, a nadie se le ocurría ponerlo en duda. Era un privilegio y una gran comodidad tenerlo cerca, mejor que un diccionario.

Con el tiempo, todos los cajistas podían repetir de memoria las reglas y admoniciones de González; se habían convertido en un libro de estilo no escrito. Si llegaba un linotipista nuevo, a los pocos días le caía encima, como plomo hervido, un gonzalismo.

Pues bien, todos los grandes y viejos talleres tipográficos han tenido un González, que, jubilado, muerto y hasta olvidado, sigue mandando. Prevalecen sus normas y se transmiten de un trabajador a otro investidas de autoridad.

Veamos un ejemplo en México, muy pocos medios impre3sos publicarán una cifra como 52 600. Hace muchos años, algún González decidió que era conveniente facilitar la lectura metiendo la palabra mil entre los dos grupos de cifras, así: 52 mil 600. ¿Cómo logró semejante necedad convertirse en regla? ¡No lo sé, pero ahí están cientos de publicaciones mexicanas que demuestran que esto es un  canon irrebatible!

¿Cree usted que estas cosas solo suceden lejos de casa? ¡Ja! La misma ortografía de la lengua española del 2010 tiene sus gonzalismos; por ejemplo, este que aparece bajo el título recomendaciones ortotipográficas (4.1.1.1.3):

b) Se recomienda no dividir palabras de solo cuatro letras: ga-/to, es-/tá.

He aquí a González en su mejor momento. Para descargo de la RAE y la ASALE, destaco que esta no es una regla, sino una sugerencia (por cierto, ya había aparecido en el diccionario panhispánico de dudas, del 2005, así como en muchos libros especializados, incluyendo uno de los del autor).

Por más que pienso en esta recomendación, solo se me ocurre que su objetivo es impedir que queden dos letras solas en un extremo de la línea. Si es así, entonces prohibamos también la división de palabras de cinco letras, porque forzosamente, quedarán dos caracteres aislados en uno de los lados; y, por la misma vía, recomendemos no dividir ninguna palabra --sin importar su extensión--, si en virtud de esa división quedan dos letras solas en un extremo. O, dígame usted, ¿qué tiene de particular una palabra de cuatro letras como para sufrir semejante discriminación?

¿Esto se justifica?
Todavía se cree, ven el seno de muchas editoriales así como entre lectores, que las composiciones en bandera son poco serias. Es como si ese borde derecho irregular fuera producto de una vida de juergas o una personalidad indomable. Me imagino a la madre de todos los párrafos sermoneando al párrafo en bandera, mientras este la mira impasible tras sus anteojos de pasta: ¡Desgraciado!, aprende de tu hermano, tan derechito, tan formal, tan correcto...

La diferencia esencial entre un párrafo justificado y uno en bandera consiste en que, en el primero, los espacios entre las palabras son elásticos, mientras que en el segundo son todos iguales. El precio cq1ue se paga por las regularidad en el margen es la irregularidad en los espacios, y viceversa. Hasta los años setenta, cuando comenzaron a venderse las primeras máquinas de escribir electrónicas que tenían la capacidad de justificar columnas, esa maniobras era casi imposible fuera de las imprentas. Por lo tanto, las manchas tipográficas rectangulares distinguían el trabajo profesional detallado, lento, costoso y complejo, con respecto del secretarial, informal, rápido y utilitarista.

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