miércoles, 30 de agosto de 2017

¿Adónde o a quién hay que acudir en caso de dudas?

No, no es a google, no. Lo primero que hay que hacer cuando nos surge una duda lingüística es preguntarle a la persona que tengamos más cerca  y de cuyo nivel de conocimientos no tengamos dudas. Si no hay suerte y quien está a nuestro lado sabe poco de eso, la siguiente opción es agarrar el teléfono y llamar a alguno de los amigos que si saben del uso del español.

Además, si tenemos el suficiente margen de tiempo, hay dos buenos consultorios en internet; uno de respuesta casi inmediata por medio de twitter, de Facebook y del correo electrónico (también tienen teléfono de consultas): La Fundación del Español urgente. El otro, de respuesta algo más lenta, el español al día, de la RAE, que además del servicio que podemos encontrar en internet, también atiende en twitter. Asimismo son muy fiables los servicios de consultas de la página del idioma español (el castellano.org) y de lavadora de textos.com.

Extranjerismos ocultos: el aceite y el jamón
Cuando hablamos de los extranjerismos casi siempre nos referimos a los llegados del inglés o del francés, sobretodo a los recién llegados, durante el último tercio del siglo XX y lo que llevamos del XXI; pero en muy raras ocasiones pensamos en las palabras que tomamos de otras lenguas en épocas pretéritas. Así, hoy, a ningún hispanohablante le parecen ajenas a su lengua las voces aceite y jamón, pues parece que han estado siempre con nosotros, más no es así.

Hubo un tiempo en el que los habitantes de Al Ándalus (las actuales España y Portugal) se comunicaban con distintas lenguas: la dominante -el árabe-, el romance y el hebreo, y los hablantes de romance utilizaban la palabra óleo/olio (deformación del latín óleum) para llamar al producto de moler las olivas; pero un día uno de estos hablantes de Córdoba, al que su esposa había mandado a la tienda de la esquina a comprar óleo, oyó como el comprador que lo precedía en la fila -mejor vestido que él y con olor a limpio- le pidió al tendero que le diera az-zait, y al comprobar que lo que le servían a ese señor era nada más ni nada menos que lo que él y su gente conocían como óleo, tomó las decisión de copiar el nombre en la lengua extranjera, dominante en ese momento. Y llegó a casa y se lo contó a su mujer, y esta a sus vecinas, y la cosa cosechó tal éxito que aún hoy seguimos diciendo aceite (del árabe az-zait).

No muy diferente fue lo que ocurrió con la pierna de cerdo curada al aire con sal, que en las leguas habladas en la Península era conocida como pernil (sigue llamándose así en catalán y en algunas zonas del español). Esta vez la historia ocurrió en tierras del norte, en el conocido como camino francés, por donde llegaban los peregrinos del país vecino camino de Santiago de Compostela, bien provistos de viandas para el largo y lento recorrido. Allí, en alguna de esas reuniones improvisadas al borde del camino, junto al fuego, conversaban animadamente mezclando sus idiomas un grupo de franceses y otro de españoles, y uno de los primeros le ofreció a los lugareños un poco de su jambon; estos, al escuchar esa novedosa forma de llamar a su pernil, decidieron que les gustaba más así, difundieron la nueva, y cuajó, de modo que hoy seguimos diciendo jamón (del francés jambon).

Tres verbos asesinos
Son tres, sólo tres y nada más que tres, pero bastan para hacer tanto daño como si fueran un grupo más numeroso, pues con su presencia, especialmente en los documentos jurídicos y administrativos, eliminan decenas de verbos que tienen tanto derecho a la vida como ellos tres, los tres asesinos, también conocidos como verbos comodines. Conozcámoslos, desenmascarémoslos:

Realizar. Es corriente y ya casi normal en las noticias, que se realicen reuniones, conferencias, ruedas de prensa, concursos, elecciones, almuerzos de trabajo, mesas redondas y otros actos que en buen castellano no se realizan sino que se celebran. 

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