Afirma Stephen King en su libro Mientras escribo que el oficio de escritor se parece a la telepatía. Y hace el siguiente experimento: imaginemos -escribe- una jaula pequeñas, y en ella un conejo. Sobre su dorso está escrito con tinta el número ocho. El lector por supuesto, lo ve Yo no he abierto la bocas, tú no has abierto la tuya. No estamos en el mismo año, ni siquiera en la misma habitación. Pero estamos juntos.
Por supuesto, no todas las personas que empuñan un bolígrafo o se inclinan sobre el teclado quieren desplegar un universo de ficción, pero todos pretenden ejercer idéntica maravilla: la transmisión de pensamiento.
El camino entre el propósito, que estás en la mente del autor, y el concepto que se debe formar el lector está erizado de trampas. Las ideas de partida deben ser claras: la sintaxis de las frases tiene que exponer apropiadamente las relaciones entre los elementos, pero además debe evitar el retorcimiento y la sobrecarga. El léxico escogido tiene que ser adecuado al nivel del texto y del lector, con el problema añadido de que el español está repartido por una geografía extensa en la que compiten formas alternativas, incluso en el registro culto. Por supuesto, se debe respetar la ortografía más normal. Los códigos de puntuación deben utilizarse con habilidad y discreción, tanto más cuanto que su aplicación tiene mucho de arte, y que su mal uso puede realmente comprometer la comprensión del texto.
¿Acaban aquí las dificultades? No del todo: quedan dos elementos que pertenecen más bien al campo de los profesionales de la edición. Pero en estos tiempos es muy posible que un autor escriba en un programa demasiado versátil algo que nadie revisará antes de que se haga público. El saber tipográfico orientará desde la elección del tipo de letra hasta las decisiones sobre la concatenación de signos. Y la corrección, la auténtica mirada del otro, se adelantará a los posibles problemas del lector, para resolverlos antes de la difusión del texto.
Los libros tratan sobre el estilo son un género específico que oscila entre la literatura de autoayuda y la obras de consulta. Su cometido es auxiliar en sus inseguridades a quienes, a falta de telepatía, deben comunicarse por escrito, haciéndoles a veces reflexionar sobre el proceso, dándoles útiles recetas -como es el caso de este libro-, o listando dudas y problemas donde buscar lo que causa inquietud. Su proliferación (no pasa un año sin que aparezcan, solo en España, cinco o seis) habla de una cierta orfandad de quienes escriben, porque no recibieron los rudimentos de esta arte ni en la enseñanza secundaria ni, a veces, en la universitaria. Bienvenida sea, pues, esta nueva obra.
Como dice Borges, en un libro se entra por el lado del prólogo, que por ser el más conversado y menos escrito es el lado fácil. Y debe arrepentir cualquier deserción. Cierro así esta conversación con ustedes, lectores liminares; no deserten, que hay mucho que aprender y que disfrutar...
No hay comentarios:
Publicar un comentario