La información acerca de separar al amor de la emoción me ha ayudado mucho en los últimos años. Amo a mis hijos con todo mi corazón. Recuerdo muy bien cómo perdía el control una y otra vez de cualquier forma y les gritaba; después me sentía muy culpable. Mientras más hago el amor con mi esposo, esto sucede menos. Hoy casi no puedo recordar cuándo fue la última vez que sucedió. Creo que el gritarle a los niños era una descarga de mi frustración y de mantener guardadas las emociones, realmente no tenía nada que ver con ellos; me descargaba ahí porque los niños son muy directos. Me doy cuenta de que mi necesidad de cambiar a mi esposa y de criticarla depende de si estamos en el espacio de hacer el amor o no. Mientras hacemos el amor es como si nos zambulléramos en otro espacio, al terminar, este último dura todavía un tiempo; es un lugar en donde lo amo por todo lo que tiene, es como dar un paso fuera de la dualidad, sin tener la necesidad de juzgar. Seguramente es porque en este espacio me amo a mi mismo y me siento amado por todo lo que soy.
Aquí hay un ejemplo muy triste del poder destructivo que tiene la emoción inconsciente, pertenece a los 4 acuerdos de Miguel Ruiz:
Había una mujer inteligente y de buen corazón. Tenía una hija que adoraba y amaba mucho. Una noche llegó del trabajo después de un mal día, llena de tensión emocional, y con un terrible dolor de cabeza. Ella quería paz y tranquilidad, pero su hija estaba cantando y brincando felizmente. La hija no se daba cuenta de cómo se sentía su madre, ella estaba en su propio mundo. Se sentía de maravilla, y empezó a brincar y cantar cada vez más fuerte, expresando su alegría y amor. Estaba cantando tan fuerte que hizo que empeorara el dolor de cabeza de su madre. En cierto momento, la mamá perdió el control. Volteó enojada hacia su hija y le dijo ¡cállate! ¡tienes una voz horrible, qué no puedes callarte!
La verdad no era que la voz de la niña fuera horrible, sino la intolerancia de la madre. Sin embargo, la niña creyó lo que su madre le dijo, y en ese momento hizo un acuerdo con ella misma. Después de esa vez no volvió a cantar, porque creía que su voz era horrible y que molestaría a cualquiera que la escuchara. Se volvió tímida en la escuela, si le pedían que cantara se negaba. Aun el hablar con los demás se volvió difícil para ella. Todo cambió porque ella creía que debía reprimir sus sentimientos para poder ser aceptada y amada. Cuando escuchamos una opinión y la creemos, hacemos un acuerdo y se convierte en parte de nuestro sistema de creencias. Esta pequeña niña creció, y aunque tenía una voz hermosa, nunca volvió a cantar. Desarrolló un complejo completo a partir de este comentario hecho por la persona que más la amaba: su madre.
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