El condicionamiento infantil que reprime nuestros sentimientos verdaderos se vuelve un hábito, y continua en la edad adulta. Nos volvemos políticamente correctos val no decir lo que realmente sentimos, necesitamos y queremos. Lo común es que la mayoría diga: ¡Estoy bien! superficialmente y haciendo lo correcto para otros, mientras por debajo llevan una carga de dolor inexpresado. Efectivamente, muchos de nosotros caminamos como si fuéramos una pequeña bomba de tiempo esperando el momento exacto en que un detonador nos haga explotar, lo cual puede presentarse de diferentes formas, por ejemplo el tono de voz de una persona, lo que o cómo lo dicen, esto estimula las memorias de la niñez y la infelicidad asociada con éstas.
Nuestros sentidos están muy conectados con nuestros recuerdos. El olor, el sabor, el tacto y el sonido pueden actuar como detonadores para nuestro banco de recuerdos e instantáneamente podemos ser catapultados al pasado, hacia los sentimientos (ahora la mayoría emociones) asociados con un episodio de tu vida. El olor de un cierto perfume, o cierta comida. Un sonido en particular, como las campanas de la iglesia o una canción. Una manera particular de tocarte, o un lugar particular en el que te tocan que asocies con el pasado. Los sensores de nuestra memoria pueden tener trasfondos negativos o positivos.
Para la mayoría de los individuos la familia es comúnmente una gran fuete de emociones durante la niñez. Rivalidad y competición por el amor entre hermanos, aunado a las preferencias de los padres, puede causar heridas que terminan siendo grandes fuentes de emoción en el futuro. Más tarde en la vida, la familia sigue siendo una fuente de emoción, porque nuestro sentido de culpabilidad puede ser provocado y manipulado para hacer lo correcto para el otro con el objeto de recibir su aprobación y amor, o para probar nuestra valía.
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