Muy poco tiempo antes de la llegada del año 2000, la Real Academia Española publicó en internet una nota en la que aconsejaba que, a partir de entonces, las dataciones de cartas y documentos, así como las cabeceras de los periódicos, debían aparecer sin artículo delante del número del año (20 de enero de 2000, 7 de mayo de 2002...), y explicaban esa decisión basándose en los siguientes argumentos:
Se continúa así la tradición en las dataciones de los años que siguen a 1100: 3 de febrero de 1492, 8 de junio de 1824, 12 de enero de 1999.
Ello es así, a pesar de que nuestra conciencias lingüística actual tiende a poner el artículo en las dataciones en las que intervienen los años anteriores a 1101: 7 de abril del 711, 8 de marzo del 1001, etc. No obstante, existen documentos actuales en que se fechan estos años también sin artículo: 20 de diciembre de 909.
Ahora bien, lo cierto es que parece más recomendable poner el artículo delante del año tanto en la lengua oral como en la lengua escrita, pero es más acorde con el sentimiento lingüístico actual de los usuarios del español. Así, lo recomendable es decir y escribir 23 de enero de 2015, en marzo del 2007 y en el 2017 habrá menos paro en lugar de en 2001 habrá menos paro. Téngase en cuenta que esta manera de proceder obedece a que muchas veces la lengua escrita reproduce en cierto sentido la lengua oral, y es en esta última donde se tienden a rechazar las formas sin artículo.
En cualquier caso, debe quedar claro que desde el punto de vista gramatical no hay razones para preferir la forma con artículo a la forma sin artículo, y viceversa, pues ambas son correctas: con artículo se presupone la palabra año, aunque está esté implícita; sin artículo concebimos el año como entidad autónoma.
El millardo
Aquí va la pequeña historia de cómo una palabra entró al diccionario por la puerta falsa, sin esperar a ser usada por los hispanohablantes ni a tener el suficiente arraigo ni documentación escrita.
En el primer lustro de los años 90 del siglo XX, cuando el presidente de Venezuela era Rafael Caldera, este se vio obligado a devaluar el bolívar -moneda nacional- de una forma tan drástica que a partir de entonces, en las informaciones sobre la economía del país, comenzó a ser corriente hablar de miles de millones de bolívares.
Lo de los miles de millones trajo consigo -a ojos de Rafael- el problema de la confusión entre el billion inglés (mil millones) y el billón español (un millón de millones), uno de esos casos que los traductores conocen como falsos amigos, y aprovechando su condición de miembro de la Academia Venezolana de la Lengua Española presentó en esa institución la propuesta de usar la palabra millardo, a imagen y semejanza del francés milliard, del italiano miliardo y del alemán milliarde.
¿Y qué pasa cuando el presidente de la república va a la sesión de la Academia y presenta una preopuesta con el argumento de que es de interés parea el país? Pues que se aprueba. El siguiente paso es mandarla a la Asociación de Academias de la Lengua Española para que dé su visto bueno y de ahí a los lexicógrafos encargados de redactar el Diccionario de la Lengua Española en Madrid con ayuda de los colegas americanos. La palabra siguió su camino con la aprobación de todos y, ya en 1995, se anunció que estaría en la siguiente edición del DRAE, como así fue: ocupó su espacio en la edición del 2001 y sigue ocupándolo en la del 2014.
Es otra forma de hacer que una palabra llegue al diccionario sin esperar a que su uso se difunda y se asiente; basta con ser presidente de la república y miembro de la Academia de la Lengua del país.
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